Las huellas de María Ester
Imagen tomada de: Página 12, portal de noticias |
Fue en el año 2017 cuando escuché sobre María Ester por primera vez. Cursaba
el primer año de mi carrera de Trabajo Social en un instituto de la zona sur del
Conurbano bonaerense. Por ese entonces, yo estaba demasiado emocionada por
las materias, y preocupada por los primeros exámenes parciales, así que no
preste demasiada atención. Mi único contacto con esa información eran los
afiches en los pasillos y las aulas, y algunos comentarios de docentes, que hacían
con la esperanza de inclinar nuestro voto hacia su opción favorita
Un tarde, ingresó al aula de clases un grupo de compañeras de años superiores.
El profesor a cargo de la clase les cedió algunos minutos. Habían ido para
hablarnos de María Ester. Nos contaron que había sido tanto maestra como
trabajadora social (aquello era un dato importante, ya que englobaba tres de las
cuatro carreras que se estudian en nuestro instituto) Pero no solo disertaron sobre
sus títulos, sino sobre su persona. Nos relataron que ella siempre había vivido en
Adrogue, aunque también había trabajado en San Vicente y Longchamps (todas
localidades vecinas). Resaltaron lo importante de recuperar la historia local.
También las recuerdo hablar sobre sus ideales sobre una sociedad más justa, sus
sueños de una Argentina mejor. Y como los mismos fueron coartados en la
mañana del sábado 6 de marzo de 1976, cuando un grupo policial/militar la
arrancó de su hogar para siempre. O por ahora, no se sabe. Porque María Ester
engrosa el número de los treinta mil desaparecidos durante la última dictadura
militar. A la fecha, no se sabe nada de ella. Nunca más se supo nada. Nunca más.
Cuando el grupo de estudiantes terminó su charla sobre la vida de esta joven, y se
retiró del aula, yo ya tenía mi voto decidido. No porque los otros nombres
postulados para el instituto no se lo merecieran. Es más, todas las personas a las
que esos nombres pertenecían ya habían recibido algún tipo de homenaje (entre
ellos estaban, por mencionar algunos, los nombres del Dr. René Favaloro y la Dra
Petrona Eyle) Pero María Ester, no. Nada. Como si el olvido hubiera querido
tragarse su historia. No lo permitimos, y ella ganó la elección. Desde ese día, el
nombre “María Ester Tommasi” puede leerse en los encabezados y portadas de
todos nuestros trabajos, y dos años después de aquella votación, también en una
placa de bronce en el hall del instituto, regalada por las autoridades locales.
Pasaron tres años desde la primera vez desde ese primer encuentro con su
historia, de la cual me fui desligando poco a poco, a medida que las cursadas se
complejizaban, el nivel de exigencia de las materias subía, y el contexto social,
siempre difícil, se complicaba con la pandemia. No pensé ella de nuevo hasta que
vi la oportunidad de escribir sobre la vida de alguna mujer bonaerense. Entonces
pensé en ella. Tenía que ser sobre ella.
Me di cuenta de lo poco que sabía sobre su historia. Una vez superada la
vergüenza que eso me produjo, me volqué a la búsqueda en Internet. Y de nuevo,
nada. O muy poquito, para ser justa. La poca información que encontré remitía al
instituto, o a breves, brevísimos homenajes publicados en algún periódico. Incluso
encontré pedidos de su propia familia, rogando por alguna información sobre lo
que pasó con ella después de aquel 6 de marzo.
Me decepcionó que se supiera tan poco sobre ella, aunque yo tampoco conociera
mucho sobre los otros treinta mil desaparecidos. Pero ella era nuestra, no solo por
su localidad sino por su historia.
En mi necesidad de información, me contacte con Deby, una de las compañeras
que nos habló de María Ester en el 2017. Se entusiasmo con la iniciativa, y me
compartió la información de la que disponía. Y, por primera vez, pude imaginarla.
No como un rostro en un mural, ni como un nombre repujado en bronce, sino
como una mujer, como una chica. La imaginé viva.
Pensé en ella, resumiendo textos, organizando el tiempo para estudiar para sus
exámenes, mientras tomaba café, o mate, junto con sus compañeras y amigas.
La vi riendo, cubierta de harina, huevos y papelitos de colores, en la vereda de su
instituto, al recibirse de asistente social. Y cuando pasó por lo mismo, al obtener el
título de maestra.
Pude verla contando las monedas para viajar, las mismas monedas que resignaría
para comprar azúcar, leche y té para abastecer el comedor de la escuela en la que
trabajaba. O inaugurando, sin formalidades pero de todas maneras, emocionada,
el ropero comunitario para las niñas y los niños de San Vicente.
La imaginé, sobre todo, recorriendo las calles de los barrios, con la mochila
cargada de cuadernos, libros o mercadería, lista para mitigar tanto la necesidad de
comida como de aprendizaje, instruyendo a las infancias en la importancia de
conocer, reconocer y validar sus derechos.
La imaginé, la vi, y entendí que ya la había visto antes La veía, en realidad, todo el
tiempo. En cada aspirante a maestra, inventando juegos con cartulinas de colores,
en las mesas del kiosko más cercano. En las estudiantes de trabajo social,
memorizando las leyes que protegen nuestros derechos. En cada compañera que
sacaba dinero de sus bolsillos para convertirlo en material didáctico para su centro
de prácticas. En cada estudiante fatigada que caminaba las calles de barro hacia
su casa, después de un examen final agotador. En cada persona que, teniendo
que elegir entre hacer lo que le resulte cómodo o lo correcto, elegía esto último,
aunque fuera difícil, aunque se burlaran de ella. Aunque le costara la vida.
Aunque la vida y la militancia de María Ester fueron dejadas en pausa (a su familia
no se le dio ni siquiera el consuelo de enterrar un cuerpo), sus ideales y sus
valores siguen aquí. Ahora, es nuestro turno de seguir sus huellas, aquellas que
intentaron hacer desaparecer, ahora más visibles que nunca gracias a la labor de
las compañeras y compañeros que se interesaron en recuperar su historia, para
seguir soñando y construyendo un mundo más justo, en el que las mujeres como
María no teman desaparecer, en el que las historias como estas, propias,
nuestras, no desaparezcan nunca más
Este relato lo presenté al certamen "Ellas no fueron contadas" organizado por el Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual de mi país, Argentina. No fui seleccionada, sin embargo agradezco la oportunidad que tuve de escribir sobre esta gran mujer y me dio ánimos para seguir escribiendo historias sobre aquellas personas que, aún, no fueron contadas.
Muy bien hecho, y aunque no fuera seleccionado no quiere decir que no mereciera la pena. Hay que contar estas historias de mujeres que dejan su vida por los demás de una u otra forma. Un abrazo y muy feliz lunes .
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Campirela! Pienso lo mismo que vos, y quiero seguir escribiendo sobre ellas. Abrazo!
EliminarMuy bien explicado y redactado, en lo que se refiere al texto, pero much moejor que hayas dedicado tu tiempo a alguien como ella. así, y que la sientas como algo tuyo, por proximidad, profesión o lo que sea. Y que se la recuerde de alguna manera, de forma pública después de45 años. Seguro que estás orgullosa de ti misma sin necesidad de que nadie te lo recuerde.
ResponderEliminarFelicidades, y besosss, Ayelen
Muchas gracias Gabiliante! Fue un honor escribir sobre ella y obvio que estoy orgullosa! Un beso para vos!
EliminarSe me ha olvidado lo de su mirada en la foto. Aunque sea una foto vieja, se le ve en la mirada que tenía una ilusión especial, que es lo que temen
ResponderEliminar¡Hola!
ResponderEliminarQue historia tan interesante. Yo soy de otro país y la verdad es que desconocía nada al respecto pero me ha encantado lo que nos has contado de ella, es importante que no caiga en el olvido. Además soy estudiante de Educación Social y por eso mismo aún me interesa más.
¡Un beso!
Qué interesante! Sin duda una carrera muy afín a los gustos de María Ester. Gracias por interesarte en su historia. Besos para vos!
EliminarEs una historia genial, pena no seleccionarla. Es muy interesante para el tipo de certamen que era. Historias así, merecen ser contadas, por eso en mi blog una vez al mes, publicó una entrada sobre Grandes Mujeres de la historia... Porque su labor hay que reconocerla y que no caiga en el olvido. Un abrazo
ResponderEliminarGracias por pensar eso, Nuria! Estoy feliz con mi relato, pero si mencioné que no fue seleccionado fue para no prestar a confusión cuando hablé del certamen, nada más.
EliminarVí la labor de tu blog, la comparto y la aplaudo.
Abrazos querida Nuria!
Una gran historia , una gran mujer, muy interesante y tu bondad tambien es de admirar al contar su historia, a recuperarla y no dejarla desaparecer en la nada.
ResponderEliminarEn mi pais México tambien han ocurrido y ocurren estos casos.
Es muy inportante , noble y bello tu relato, el mayor reconocimiento es esa paz en tu corazón.
Un abrazo Ayelén
Hola Jorge! Sí, se que en México pasan cosas parecidas. Es más, juraría que en toda Latinoamérica. El compromiso es no olvidar. Gracias por tus palabras! Y otro abrazo para vos.
EliminarInteresante y bello lo que compartes. Un gusto leerte. Saludos
ResponderEliminarMuchas gracias, Sandra!
EliminarSiento indignación cuando encuentro personas apáticas hacia lo que sucede en los países, cuando otras de generaciones pasadas no repararon en arriesgar su vida por dejarnos algo mejor.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola Sara! Lamentablemente yo era de esas personas apáticas, pero con todo lo que aprendí en la carrera y en la vida trato de ser más conciente. Gracias por tu comentario!
EliminarA pesar de premios que he obtenido con mi obra literaria y de las publicaciones lograda, creo y sigue siendo mi convicción de que el escritor, desde cualquiera de los costados (géneros), es aquel que tiene conciencia del oficio, y genera lectores. DEsde el trabajo social cuántas obras en el campo de las luchas sociales y populares se pueden lograr. En Colombia, el maestro, Alfredo Molano, sociólogo, terminó en el periodismo y la narrativa, en la idea como Sartre y Camús, de quela mejor manera de hacer entender el existencialismo, era haciéndolo real desde la novela y el teatro, para que dejara de ser esa entelequia que todos observan en lo teórico.
ResponderEliminarRealmente, ejemplar que busques a esas mujeres que desde tu disciplina académica han batallado por una mejor existencia de los bajo, como esta mujer, María Ester.En mi grupo de teatro, Gestus, cuánta importancia han tenido las mujeres, entre ellas Trabajadoras sociales e historiadoras, para la construcción de un teatro nuestro, de una dramaturgia de nuestras angustias. Colombia, últimamente, viene siendo víctima de una violencia sistemática contra líderes sociales, estudiantes y gentes al frente de las causas populares. Cuántas mujeres asesinadas por su liderazgo para la recuperación de la tierra, a comunidades que les ha sido arrebatadas. Qué bien que tengas esa sensibilidad social, no sólo por ser tu profesión el trabajo social, sino porque es un sentimiento contra lo injusto. UN abrazo desde mi cubil colombiano. En mi poética y narrativa la mujer siempre ha estado. Más cuando admiro la lucha de María Cano, que hizo historia en mi país, en calendas a las que a las mujeres les era difícil manifestar sus inconformidades. Carlos
Me conmueven mucho tus palabras,y también el tiempo que tomaste en contextualizarlas y dar ejemplos de otras mujeres y sus luchas. Creo, como vos, que escribir es una responsabilidad, y espero tomármelo más en serio cada día. Gracias por visitar mi blog y dejar un comentario tan sustancioso.
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