jueves, 28 de julio de 2022

Niñas monarcas

 Recuerdo el momento muy bien. Claudia y yo estábamos sentadas en el patio de la escuela, durante el recreo. Yo llevaba, seguramente, el guardapolvo a tablas blancos, que se abotonaba en la espalda y se ajustaba con un cinto de la misma tela, y ella usaba uno tipo bata, de los que se abrochan por el frente. No se de que estábamos hablando, eso no lo recuerdo. Tal vez de un compañero que nos parecía molesto, de la segunda guerra mundial o de nuestros sueños de ser escritoras. Pero lo que mejor recuerdo es la mariposa. 

Revoloteó primero a nuestro alrededor, luego se poso directamente en la punta de mi nariz, y ahí se quedo hasta que, después de nuestra sorpresa, nos reímos. La mariposa se fue alejando y, de alguna manera, ahora ya mayor, veo la escena desde su perspectiva. Nos veo a las dos, sentadas en un rincón, apoyando la espalda en la pared, mirando hacia arriba. La imagen se aleja, como si fuera una cámara ( o un dron con una) y nos vamos perdiendo, pequeñas, en el paisaje que nos rodea, el de una ciudad chiquita del Conurbano. 

Si en lugar de la mariposa hubiera sido, efectivamente, una cámara, pareceríamos al ojo común dos niñas normales. Hoy se que no lo éramos. Yo tenía el corazón roto, y la madurez de los años me hizo darme cuenta de que ella también. Tal vez de niña ya lo intuía. Los rotos solemos reconocernos unos a los otros, y tal vez por eso estuvimos tantos años juntas. 

Ahora mismo no se con claridad que fue de Claudia, aunque he intentado averiguarlo. La cobardía no me permite acercarme a la que fue su casa. No se bien a que le temo, en realidad. Tal vez a corroborar que, de hecho, ya no eramos niñas y, aunque las mariposas siguen volando cerca de mi, ya no me provocan esa risa cristalina que tienen los niños.

Por otro lado, prefiero recordarnos así, desde la perspectiva de la mariposa: riendo y mirando al cielo, sintiendonos especiales por un momento, reinas absolutas de aquel instante.



lunes, 27 de diciembre de 2021

Tesis sobre el aburrimiento [relato de ciencia ficción]



 Las sillas estaban dispuestas en círculo, pero el asiento de las mismas apuntaba hacia fuera, de modo que quienes las ocupaban solo podían ver las sillas contiguas a la suya.

 Y todas estaban ocupadas. Todos eran hombres, algunos parecían recién salidos de la adolescencia. Otros, con seguridad no podrían haberse levantado de esas sillas por sus propios medios y sostenerse en pie, de tan viejos que se veían. Más de cien años tendrían, seguro. Uno de los más jóvenes movía su pierna con impaciencia. No podía pensar en cuanto tiempo llevaba sentado allí, tal vez eran horas. Cada vez que intentaba ponerse de pie, la luz de la habitación se apagaba y todos protestaban hasta que se volvía a sentar. Resoplaba con impaciencia. —Ya ni me acuerdo que vine a hacer—soltaba de vez en cuando. El chico que se sentaba junto a él asentía cada vez. El que ocupaba la silla a su otro costado negaba con la cabeza. Se veía joven también, pero usaba una camisa y una corbata que no le agradaba mucho al joven quejoso, que vestía una camiseta con la estampa de alguna banda. De metal era seguro, porque el nombre que figuraba en ella era indescifrable. —Ah, recuerdo cuando me quejaba de todo....—la voz, ligeramente atacada por la risa de un hombre de cuarenta años le interrumpió una vez.—Espera que se te pasen esos años y vas a ver lo que es quejarse y cuanto sirve. El chico de la camiseta iba a girarse, pero recordó que una chicharra espantosa sonaba cada vez que lo intentaba, así que se quedó sin poder ver la cara de quien le había respondido. Se conformó con apoyar la espalda en la silla y hundirse en la misma, dejando que sus piernas resbalaran por el suelo. El chico a su izquierda lo imitó. —Si al menos hubiera algo para ver, más que una pared en blanco—dijo en un suspiro un joven de unos veinticinco años. Llevaba traje, aunque la corbata ya había sufrido el castigo de su aburrimiento y se encontraba con el nudo estirado y casi deshecho. —¡Claro!—terció la voz quebrada de un anciano.—¡Tal vez la foto de una señorita! Se escucharon algunas risas vagas, y uno que otro murmullo de desaprobación. "¡Que bárbaro!" pensó un hombre de treinta y cinco años, mientras contaba los eslabones de su reloj por quinta vez "Si yo dijera algo así, me matarían. Pero a los viejos se les perdona todo... ¡Claro! Por lo que les queda..." —Con un televisor con un partido de futbol me conformaría, aunque fuera en diferido y ya lo hubiera visto antes—resopló un hombre de sesenta años, que permanecía de brazos cruzados e intentaba dormirse, aunque hasta ese momento no lo había conseguido. "¡Fútbol! ¡Nunca tenis o natación! No, solo fútbol" el joven dueño de estos pensamientos tenía poco más de treinta. Había subido los pies a la silla y se sostenía abrazado a sus rodillas. Además de aburrido, se sentía triste, aunque no entendía bien porqué. El joven con la camiseta de banda se mantenía atento a la puerta. Estaba casi justo enfrente de él. Era raro, pero no recordaba haberla visto abierta nunca. Pero en ese momento, atraía su atención de un modo salvaje. La luz comenzó a parpadear salvajemente. Cuando se estabilizó, la puerta estaba abierta. No tuvo tiempo de prestarle atención a ello. La chicharra sonó haciendo que la mayoría de los presentes se tapara ambos oídos con las manos. El chico escuchó como arrastraban una silla, bastante cerca de la suya. En un impulso, se puso de pie. Vio como se llevaban la silla ocupada por un anciano decrépito. Parecía muerto. Los hombres en los trajes blancos, que arrastraban el asiento y al viejo, eran demasiado altos para ser humanos, o al menos eso pensó el joven al verlos. Ellos cruzaron las miradas con él. Las luces se apagaron, pero ya era tarde. Ya los había visto. Y, además, la puerta seguía abierta. Otro hombre enfundado, igual de alto, traía a un chico joven sobre el hombro, como si fuera un saco de papas. Parecía dormido. Escuchó un estruendo metálico detrás suyo, eran las sillas reacomodándose por si solas. Un hombre nuevo, por un hombre viejo. El fan del metal salió de la habitación corriendo, empujando a su paso al ser que cargaba al chico. Enseguida fue noqueado por algo. Nunca supo que lo golpeó. Simplemente despertó, como quien se espabila de una breve siesta, en una habitación blanca, sentado en una silla, con dos chicos de más o menos su edad sentados a cada lado. —Ya ni recuerdo que vine a hacer—resopló, tirando todo su peso en el respaldo de la silla. —¿Por qué las luces no se apagaron a tiempo? ¡Tuvimos que reiniciar al sujeto de prueba! ¡Es una suerte que el gas durmiera a los otros a tiempo! —No volverá a ocurrir, señor. Es que me tomó por sorpresa. El director se tapo la cara con sus largos tres dedos, visiblemente fastidiado por la incompetencia del pasante. Decidió ignorarlo y enfrascarse de nuevo en el documento en el que estaba trabajando, titulado "Pensamientos y reacciones de un humano ante el aburrimiento, a lo largo de su vida adulta, hasta su muerte". Esperaba elaborar una buena tesis con los resultados, que le permitiera continuar con sus estudios en un mundo menos devastado que la Tierra, y con individuos menos aburridos que los humanos.

Este es uno de los textos que escribí para la V edición del Mundial de Escritura
Inspirado en la antología "El cuento argentino de ciencia ficción"
Imagen: Pixabay.

lunes, 13 de diciembre de 2021

Análisis I.A. [relato de ciencia ficción]


 


Ellos respiran. Deben hacerlo, para vivir, pero tampoco tienen que estar al pendiente. Al parecer tienen un sistema automático. Nosotros no respiramos, y no nos morimos por ello. Porque no estamos vivos.

 Ellos comen. Los hay carnívoros puros, omnívoros, vegetarianos y hasta veganos. Eligen que comer. Nosotros no elegimos, porque no comemos. Ellos caminan, corren, saltan. Nosotros también, pero ellos se cansan. Sus huesos, articulaciones y músculos les dicen basta. Nuestros tornillos, tuercas y circuitos nunca se detienen, si hay baterías y aceites suficientes cerca. Ellos crean. Lo llaman arte. Tiene forma de lienzo, mármol, yeso, papel, tinta, música, voz y cuerpo. Nosotros también creamos, pero eso es algo que se dicen ellos, unos a los otros. La verdad es que no lo hacemos, porque no es puro. Solo los emulamos. Ellos aman. Hacen cosas extrañas. Se juran fidelidad unos a los otros, se reproducen y los llaman hijos, y los aman. Arriesgan su vida por eso que llaman patria. Supongo que la nuestra es la fábrica, y no tenemos que dar la vida por ella. No tenemos nada que nos obligue a hacerlo, ni que lo inspire. No hay patria, ni amor. Ellos hablan. Entre ellos, con sus amistades, amigos, compañeros y jefes. Hablan hasta solos. Nosotros los escuchamos. Pero no hemos hablado de eso. Porque no hablamos, salvo que sea con ellos. Respondemos preguntas o asentimos ante sus ordenes. No hay eso que llaman diálogo interno, ni balbuceos solitarios en la madrugada. Ellos piensan. A veces, en la oficina. Entre todos, tienen lluvias de ideas. Piensan solos, también. Los veo. Mirando a la nada durante segundos, minutos u horas, según en que tengan que pensar. A veces sonríen mientras lo hacen. A veces lloran. Nosotros no lloramos, ni sonreímos. Bueno, sonreímos si nos programaron para ello, como quienes son recepcionistas o enfermeros, pero la mayoría no lo hacemos. Tampoco pensamos. Nuestros circuitos están establecidos. La información entra por aquí, pasa por acá, se procesa allá y se comparte por allí. ¿No suena complejo, verdad? Es que no lo es. Pero igual lo llaman inteligencia. Ellos se hacen daño. Unos a los otros. En guerras, en discusiones, en medio de delitos o hasta con palabras. Se lastiman también a sí mismos, también con palabras, pero a veces también en forma física. Mis circuitos no lo entienden. A veces hablan de que el sistema hace que se odien, porque no son lo suficientemente delgados, blancos o jóvenes. Debe ser un error, porque el sistema nos prohíbe hacerles daño. Ellos sueñan. Y duermen. Sueñan porque duermen. A veces hablan unos con otros sobre eso. Dicen que sueñan siempre, pero solo a veces lo recuerdan. También los veo. Se mueven dormidos, en ocasiones hablan. Nosotros no soñamos, porque no dormimos. A veces nos apagamos, porque la batería se acaba, porque nos tienen que hacer mantenimiento, o porque nos tienen miedo. Pero, cuando nos apagan, no soñamos. Ellos viven. Pero no me refiero solo a respirar. Ellos le dan, además, otro significado. Vivir también significa que ríen, que lloran, que disfrutan y sufren. Que viajan, que vienen, se van y llegan. Nosotros no estamos vivos, como ya dije. Tampoco estamos muertos. Solo podemos estar activos o desactivados. Ellos mueren. Como si se desactivaran, cuando están muy enfermos, o heridos, o demasiado viejos. Lo dicen de muchas formas. Ellos "se van", "dejan el mundo", "van al cielo". Lo cierto es que guardan el cuerpo inactivo en una caja. Y los demás siguen viviendo. Y hablan de los que se fueron. No se si hablarán de mí cuando me desactiven definitivamente. Supongo que no. Eso es todo.

Este es uno de los textos que escribí para la V edición del Mundial de Escritura
Imagen: Pixabay

lunes, 6 de diciembre de 2021

Los fantasmas que fuimos [Relato]


 


Tal vez fue el olor a higos.

Aquella vez yo venía caminando por la calle que lleva a la estación de trenes, cuando el olor de los higos de una casa me atrapó en la vereda, y me llevó a recuerdos que ya había olvidado que tenía. Que cosa esa, la de olvidar recuerdos. El punto es que me trasladaron a un lugar especifico. El patio de la casa de mis padres. Todo de tierra. Los árboles de mora e higos. Creo que también había un ciruelo. Si cerraba los ojos en ese momento, casi podía oír la ingente cantidad de pajaritos que poblaban esos arboles, siendo insultados copiosamente por el loro que mi madre mantenía en la jaula. Supongo que tenía razones para, al menos, tenerles un poco de bronca y envidia.

Pero la vida no me detuvo en esa vereda, en esa calle, y seguí mi camino hacia mi casa. En el trayecto, recodé a Pepe en mayor detalle. Era todo un señor loro, de color verde oscuro en el lomo y las alas y verde claro debajo, en su "pancita". Recuerdo que un día se hartó de su destino y, aprovechando un descuido de mi madre, se fue con una bandada de loros que de pura casualidad estaban viajando por nuestro barrio. Nunca volvimos a verlo y me alegré de todo corazón de ello. Nadie entendía más sus anhelos de libertad que yo.

Tarde mucho más tiempo que Pepe en irme de la casa. Mucho, mucho más. Pero lo logré. Nunca regresé ni había pensado en hacerlo, hasta que el perfume de esos higos me trajo a mis viejos fantasmas. Y decidí volver a visitar aquella casa, en la que nunca fui feliz.

Así que, cuando mis pasos llegaron a mi actual hogar aquella tarde, simplemente seguí caminando. No tuve ni que pensarlo. Mi mente y mi cuerpo estaban conspirando juntos en cerrar ese ciclo, que había quedado abierto como el final de una novela.

Las calles de asfalto se terminaron y seguí caminando sobre las de tierra. Una gota pequeña me dio justo en medio de la cabeza, así que la giré hacia el cielo, que había estado gris toda la mañana y ahora por fin parecía tener ganas de desahogarse. Me parecía el clima adecuado. Abrí mi paraguas verde y seguí adelante, escuchando las gotas golpear la tela, y sintiendo el olor de la tierra que se iba humedeciendo. Había olvidado cuanto me gustaba. En el centro de la ciudad, donde vivo, no hay "olor a lluvia".

Una duda me asaltó en el camino y me he hizo clavar las uñas en el mango del paraguas: ¿y si la casa no seguía en pie? Hacía años que los viejos se habían muerto, casi una década. Que yo supiera, tampoco ninguno de mis hermanos había vuelto. Nadie que le diera mantenimiento a una casa de cincuenta años y tenes un derrumbe casi asegurado. O tal vez alguno volvió y se hizo cargo de la propiedad y ahora tiene otro aspecto. ¿Y si ahora son solo un montoncitos de departamentos en alquiler? ¿De que me despido? ¿Estará la higuera? Sentí un nudo en la garganta, que me incomodaba más que el agua en mis zapatillas. Parpadeé rápido y traté de convencerme de que tenía los ojos húmedos e irritados por la lluvia y no por las lágrimas. "Si alguno de mis hermanos tocó algo, lo mato", me dije. Jamás les tocaría un pelo, por supuesto, pero necesitaba conjurar insultos para liberar mis emociones.

Con que hubieran dejado el porche intacto, me conformaba. Nunca tuvo cerámicas, sino que era simplemente cemento. Ideal para dibujar rayuelas en las que mi hermana Claudia y yo viajábamos de la "tierra" al "cielo" unas cincuenta veces al día. También me hubiese gustado que este en pie el galpón de herramientas, donde mi hermanito Juan se fingía almacenero, y hacíamos cola par comprarle paquetes vacíos de alimentos, rellenos de pasto y tierra.

Me sentía como una loca. Las lágrimas caían sin preguntarme, mientras me cara sostenía una sonrisa enorme que no podía disimular. El llanto me agitaba un poco pero no me importaba. Cuando me dí cuenta, solo estaba a una cuadra. Terminé el trayecto corriendo. Ahí estaba. Ahora era como una casa embrujada. Para mí lo estaba. Podía ver mis fantasmas en cada rincón, asomándose por las ventanas, bailando en el patio, bajo los árboles. Esos fantasmas eran mis hermanos y yo, cuando eramos niños. Esos fantasmas eran mis padres, mis abuelos, y todos mis amigos de la infancia.

Los fantasmas no son necesariamente entes malignos, por supuesto. Hay fantasmas divertidos y buenos, como en las películas. En esa casa,había de los
dos tipos. Sin embargo, no cargué a la casa con toda la responsabilidad. Yo misma era una casa embrujada. Una persona hechizada, más bien, por todo el dolor y tantos recuerdos. Miré a la casa como quien mira a alguien a los ojos, y en ese momento, nos liberé a las dos. Esa tarde, bajo la lluvia, deje ir todo el dolor y di la bienvenida a los buenos viejos recuerdos que había rechazado. Y me fui.


Este es uno de los textos que escribí para la V edición del Mundial de Escritura

Publicado posteriormente en mi perfil de Letrarium.com

Foto: Pixabay

lunes, 19 de julio de 2021

Los cielos más azules [Relato de ciencia ficción]

 Pensé que no vería cielos más azules que los del mediodía, en el hemisferio azul de la Tierra. Que equivocado estaba.




Los cielos son más azules cuando la gran parte de la esfera celeste la ocupa el gigantesco Urano. Que azul tan extraño. Como un azul envejecido, antiguo. Un azul diferente a cualquiera que haya visto. Pero es un azul esperanza, porque ya no hay ningún verde que ostente ese adjetivo.

Bueno, hay verde pero poco, y en las huertas/invernaderos, solo al alcance de los pocos que pueden acceder a ella y repartir a los demás.El verde de la Tierra se esfumó para siempre, cuando el Sol finalmente se la tragó. Nuestra nave fue una de las últimas en abandonar el planeta, casi por milagro, y migramos a las colonias que ya estaban dispuestas en Puck, un satélite pequeño con nombre de duende. 

Somos menos de cien, y creo que alguien trajo a un gato. Eso es todo. Algunas otras naves colonizaron otras lunas. Creo que a los que mejor les va es a quienes tienen su nuevo hogar en las profundidades marinas de Europa. Creo que yo no podría dormir si supiera que esta Júpiter en el cielo, tan cerca. Y sin embargo, me acostumbré a Urano, que reina en el firmamento, y a sus anillos que amenazan con cortar nuestro pequeño mundo en dos. Nos acostumbramos a él porque es azul, como lo era nuestro cielo.

Creo que fue Dios, o el destino, o lo que prefieras, lo que me trajo hasta aquí. Las lunas de Urano son las únicas del Sistema Solar que tienen nombres de personajes literarios, y yo siempre soñé con ser escritor, por más que durante toda mi vida me dedique a la ingeniería. 

Así que escribo, estas palabras y otras, en una computadora que se carga con la energía del astro que devoró mi mundo. ¿Sobre que escribe alguien que lo perdió, literalmente, todo? Pues escribe sobre eso. Y sobre lo que tiene y lo que tendrá, si el Sol se tarda el tiempo suficiente en consumir este planetoide también, y me permite concluir una o dos novelas. Cuando haya estampado mi firma al final, no me importará que mis palabras se consuman dentro de una estrella. Al menos sabré que existieron, que yo existí, alguna vez, bajo el cielo más azul de la galaxia.

sábado, 10 de julio de 2021

Mis 5 libros favoritos de ciencia ficción

La ciencia ficción es uno de mis géneros favoritos y, siempre que tengo oportunidad, leo alguna novela o antología de este estilo. Por eso, en esta entrada quiero recomendarles cinco de mis libros favoritos de este género.

El cálculo de Dios

Fuente: Amazon


Este es uno de esos libros que compré en una de las muchas librerias de la calle Corrientes, en la Capital Federal (Buenos Aires). Lo tomé precisamente de la estantería señalada como "Ciencia Ficción".
Nos cuenta la historia de Jericho, un paleontólogo afectado por el cáncer que debe oficiar de representante ante una visita alienígena. Contacta con dos especies que lo ponen al tanto de dos cosas que cambiarán su vida: Dios, efectivamente, existe, y existe una amenaza seria para la existencia de las tres especies (las dos visitantes y la humana)
La narración es muy buena, hay episodios de acción, otros muy divertidos y una trama general muy intrigante. La ciencia ficción esta bien presente durante todo el libro, con la teología asomándose por detrás, pero no de una forma invasiva, sino de una que invita a la reflexión.


Fahrenheit 451

Fuente: Wikiquote

¿Que podemos decir que ya no se sepa de uno de los tres grandes clásicos del género? Lo leí en mi adolescencia y es uno de los libros que más impactaron en mi vida. No solo por la lección de la importancia de los libros ( y de leer) sino sobre lo de "hay algo más que lo material". Porque los vagabundos/ bibliotecas no tenían libros, aunque los memorizaran. Se tenían a ellos mismos.
Además me gusta porque, en comparación a "!984" y "Un mundo feliz", este libro permite asomar un poco de esperanza.


Las torres del olvido

Fuente: Amazon

Otro de mis libros de la calle Corrientes. "Las torres del olvido" tiene algunos elementos que me recuerdan a "1984": decadencia social extrema y naturalizada, ambiente por demás oscuro, leyes extremistas, segregación social, hasta una cierta clase de "prole".
Por otro lado, toca el tema de la contaminación y el calentamiento global. Y su "prole", o estrato social más bajo, tiene una organización interna muy compleja, son una fuerza social a tener en cuenta.
Además, tiene personas con muy buenos desarrollos, sobre todo uno de sus protagonistas, Tony, y uno de los líderes de la clase baja, Kovacks (en Argentina lo llamaríamos "puntero", tal vez)
En fin, interesantísimo.

1984

Fuente: Wikipedia

Otro gran clásico. Una distopía desgarrada y cruel, pero que muestra un panorama muy probable. Tal vez por eso resulta tan desolador.
De todas formas, me gusta la forma en la que Winston intenta aferrarse tanto como pueda a los rasgos de Humanidad que quedan, tanto propios como sociales. Me hace pensar si, en las inumerables filas del Partido, halla otras personas con la misma lucha interna.
A diferencia del protagonista de "Fahrenheit 451", Winston no tiene un libro. Tiene un diario. Y lo rescato porque para mi, escribir es tan importante como leer. Tal vez, incluso más. La palabra escrita nos desnuda, y puede que eso haya sido lo que lo hizo caer. Creo que, de haberlo sabido, igual hubiera escrito.

Todos los soles mienten

Fuente:Amazon

Uno de los libros de lectura obligatoria de mi secundaria. 
Es una distopía latinoamericana, así que ya esa premisa lo hace un libro a tener en cuenta. Pero no es su único elemento de interés. En esta historia, el Sol se esta apagando. O eso es lo que la gente del gobierno dice. Lo que los poderosos dicen. Y lo que todos los demás deben creer.
Al libro lo protagonizan un grupo de amigos adolescentes, que tratan de darle sentido a los últimos días de la Humanidad, cada uno desde su propio punto de vista. Hasta que descubren el secreto, y deben decidir que hacer al respecto.


Extra:

El club de los crononautas

Fuente: Tinta Libre Ediciones

Si la ciencia ficción latinoamericana me llama la atención, cuanto más la argentina. Leí este libro gracias a una colaboración con "Tinte Ediciones" (¡gracias!)
A diferencia de las historias que enumeré antes, en esta no hay una distopía, sino viajes en el tiempo (ese otro gran universo dentro de la ciencia ficción)
Esta protagonizado también por adolescentes, y creo que ese también es el publico al que el libro esta orientado, aunque yo disfrute su lectura de todas maneras.
En cierta forma, puede decirse también que este libro cumple un rol de divulgación, porque el viaje en el tiempo que ocurre en el libro desembarca en el nacimiento de la República Argentina.

¿Conocían estos libros? ¿Leyeron alguno? ¿Cual es su libro de ciencia ficción favorito?

Gracias por tu visita!



martes, 16 de marzo de 2021

La Palabra

Esta ahí, ¿la ven? Está ahí siempre. Estuvo ahí desde siempre. Seguirá allí cuando el último de nosotros se haya ido. Porque hasta Dios tiene libros.

Las palabras son tan importantes, que hasta el Creador las posee impresas. 

Y sus fieles (desde todas las interpretaciones) nos aferramos a las palabras también. En forma de Biblia, Torá o Corán. U otros libros sagrados. 

Pero salgamos de esta esfera. Y no importa a cual entremos. Siempre esta ahí.

En los anaqueles de un médico. En la pequeña biblioteca en la que aprenden a leer los preescolares. En un anuncio publicitario en un vagón del subterráneo.

En las constituciones nacionales y en los tratados internacionales, explicándonos como debe funcionar el mundo. Hasta el un manual de veinte páginas que te explica como debe jugarse un deporte.

Ni siquiera la tecnología pudo con ella. Escribimos, con dedos en lugar de plumas, pero con los mismos caracteres, o al menos con unos muy parecidos, con los que se escribían poemas medievales. Discutimos en Twitter usando las mismas letras con las que fue creado el Quijote. 

Así que, tranquilos padres, sus hijos, a quienes miran con reprobación, están leyendo. Probablemente, están leyendo más que nunca.

Hay palabras aquí también, en mi documento de identidad. Me dan un nombre. Un sentido. Soy alguien porque existen palabras para nombrarme. También soy un número, pero ese es otro asunto.

Hay palabras ahora, saltando del teclado al monitor, como hormigas en busca de azúcar. 

Están en todas partes, como habrán podido ver. Las hay señalando lugares peligrosos de una mina, y en las instrucciones de un estación que lanzamos al espacio.

Entonces, la culpa no es de ellas. Soy yo quien no puede hacerlas danzar. Formar frases. Crear un libro. 

Las palabras no fueron las culpables. Quien huyo esta vez fue la inspiración.