martes, 16 de marzo de 2021

La Palabra

Esta ahí, ¿la ven? Está ahí siempre. Estuvo ahí desde siempre. Seguirá allí cuando el último de nosotros se haya ido. Porque hasta Dios tiene libros.

Las palabras son tan importantes, que hasta el Creador las posee impresas. 

Y sus fieles (desde todas las interpretaciones) nos aferramos a las palabras también. En forma de Biblia, Torá o Corán. U otros libros sagrados. 

Pero salgamos de esta esfera. Y no importa a cual entremos. Siempre esta ahí.

En los anaqueles de un médico. En la pequeña biblioteca en la que aprenden a leer los preescolares. En un anuncio publicitario en un vagón del subterráneo.

En las constituciones nacionales y en los tratados internacionales, explicándonos como debe funcionar el mundo. Hasta el un manual de veinte páginas que te explica como debe jugarse un deporte.

Ni siquiera la tecnología pudo con ella. Escribimos, con dedos en lugar de plumas, pero con los mismos caracteres, o al menos con unos muy parecidos, con los que se escribían poemas medievales. Discutimos en Twitter usando las mismas letras con las que fue creado el Quijote. 

Así que, tranquilos padres, sus hijos, a quienes miran con reprobación, están leyendo. Probablemente, están leyendo más que nunca.

Hay palabras aquí también, en mi documento de identidad. Me dan un nombre. Un sentido. Soy alguien porque existen palabras para nombrarme. También soy un número, pero ese es otro asunto.

Hay palabras ahora, saltando del teclado al monitor, como hormigas en busca de azúcar. 

Están en todas partes, como habrán podido ver. Las hay señalando lugares peligrosos de una mina, y en las instrucciones de un estación que lanzamos al espacio.

Entonces, la culpa no es de ellas. Soy yo quien no puede hacerlas danzar. Formar frases. Crear un libro. 

Las palabras no fueron las culpables. Quien huyo esta vez fue la inspiración.


lunes, 1 de marzo de 2021

El amarillo de Van Gogh [Relato]

 Dicen que Vincent comía pintura amarilla para ser feliz. Dicen que era un borracho maleducado y que se acostaba con sórdidas prostitutas. Dicen que se disparó y hasta en eso falló, porque agonizó durante días. Dicen que fue una carga para Theo.

Los escucho decir, y mirarme incrédulos e impacientes, esperando que despegue el recorte de revista con la cara del holandés que pegué en mi armario.

Vincent.

Miro los ojos verdes, hermosos y torturados, y entiendo porque tragaba pintura amarilla, porque estoy tan desesperada por arrancar  esta tristeza encarnada que me bebería mil noches estrelladas.

Comprendo porque se embriagaba, porque paso horas y horas en Internet, para no pensar ni un poco, y solo la escritura y el teatro me sacan de ese limbo, porque el arte te desgarra y te obliga a ver tu interior.

Entiendo hasta lo de las prostitutas. Entiendo que quisiera quitar ese veneno que consumía su mente con cualquier distracción disponible. Claro que lo entiendo, ¿como no hacerlo?

Incluso entiendo su escopetazo, mucho más de lo que jamás comprenderé otros suicidios célebres.

No se si Van Gogh fue un buen hombre. Espero que no. Que no del todo. Porque jamás podría ver de nuevo mi reflejo en sus pinturas. Espero que alguna vez haya sido feliz, aunque le haya costado el precio de unas cuantas pinceladas caóticas que no nunca le dieron suficiente dinero para vivir, pero que enriquecieron a sus herederos en un muy injusto futuro.

Me dicen que Vincent bebía pintura amarilla para ser feliz. Me sentaría a su lado, le pediría una copa, y brindaría por él. Y por mí. Que Dios se apiade de los dos.


             "Vincent and the Doctor". Doctor Who. BBC