Esta ahí, ¿la ven? Está ahí siempre. Estuvo ahí desde siempre. Seguirá allí cuando el último de nosotros se haya ido. Porque hasta Dios tiene libros.
Las palabras son tan importantes, que hasta el Creador las posee impresas.
Y sus fieles (desde todas las interpretaciones) nos aferramos a las palabras también. En forma de Biblia, Torá o Corán. U otros libros sagrados.
Pero salgamos de esta esfera. Y no importa a cual entremos. Siempre esta ahí.
En los anaqueles de un médico. En la pequeña biblioteca en la que aprenden a leer los preescolares. En un anuncio publicitario en un vagón del subterráneo.
En las constituciones nacionales y en los tratados internacionales, explicándonos como debe funcionar el mundo. Hasta el un manual de veinte páginas que te explica como debe jugarse un deporte.
Ni siquiera la tecnología pudo con ella. Escribimos, con dedos en lugar de plumas, pero con los mismos caracteres, o al menos con unos muy parecidos, con los que se escribían poemas medievales. Discutimos en Twitter usando las mismas letras con las que fue creado el Quijote.
Así que, tranquilos padres, sus hijos, a quienes miran con reprobación, están leyendo. Probablemente, están leyendo más que nunca.
Hay palabras aquí también, en mi documento de identidad. Me dan un nombre. Un sentido. Soy alguien porque existen palabras para nombrarme. También soy un número, pero ese es otro asunto.
Hay palabras ahora, saltando del teclado al monitor, como hormigas en busca de azúcar.
Están en todas partes, como habrán podido ver. Las hay señalando lugares peligrosos de una mina, y en las instrucciones de un estación que lanzamos al espacio.
Entonces, la culpa no es de ellas. Soy yo quien no puede hacerlas danzar. Formar frases. Crear un libro.
Las palabras no fueron las culpables. Quien huyo esta vez fue la inspiración.
![]() |